Mercado de San Telmo

san_telmoDesde antiguas ediciones de la revista El Gráfico, hasta una colección de cajitas de fósforos de todo el mundo. Viejos muñecos del Topo Gigio posando junto a los coleccionables y eternos duravit y algunos autitos de hojalata de esos que se hacían cuando la manufactura del juguete era un arte al que poco incumbía la seguridad infantil.
Las vitrolas, los discos de pasta y hasta un gramófono compartiendo espacios con el wincofon y la spika. Un disco de los Beatles descansa sobre una vieja consola Atari, iluminado por lo que parece un cielo de cristal encendido de arañas y faroles antiguos.
Soldaditos de plomo custodian celosos un artefacto cuya función desconozco, pero que bien podría formar parte de un guión Steam Punk. Viejos diarios europeos nos hacen pensar en sepia, y algún que otro atavío muy alocado compuesto por capas y capas de kilos de tela nos incitan a sugerir una escena vintage con la mirada a cualquier señorita que se cruce sin las precauciones debidas.
Es que el mercadito de San Telmo tiene una atmósfera muy ecléctica, tanto como los recuerdos cuando aparecen desordenados en sueños, o como las remembranzas que a menudo surgen en las reuniones familiares «¿Vos no te quedaste con mi Mazinger Z? La abuela todavía usa el bombero loco para regar el helecho»
¿Y la Jarra Pingüino? Bueno, esta sigue todavía cumpliendo estoica su labor en muchos bares típicos de Capital, pero también está en San Telmo.
El tiempo corre distinto dentro del mercadito. Más bien debería decir que no corre, apenas si cae a gotas en una batea infinita, de modo que el tiempo allí dentro es todos los tiempos. Tan así son las cosas que, si uno no tiene la precaución de mirar de tanto en tanto hacia la calle puede que no salga nunca, porque uno se vuelve parte de una historia que no es historia. Incluso a mí se me hace difícil precisar en éste momento cuántas horas o minutos pasé allí, en esos pasillos de luces de antaño.
El tiempo parece detenerse incluso para los locales de alimentos que se encuentran más hacia una esquina. Las frutas parecen lustradas y las conservas artesanales se lucen en pequeños estantes de madera cuidadosamente ordenados.
Las oscuras remington son una verdadera tentación para cualquier escritor frustrado, las letras un poco borradas hablan de oficinas llenas de «taca taca» chocando las paredes aunque ahora estén silenciosas exhibiéndose sobre ese aparador, entre la bomba de aceite y la maquinita expendedora de boletos.
Por suerte, cuando uno sale de nuevo al barrio, algunas vidrieras todavía presentan la misma estética. Por las veredas hay varios negocios de antigüedades que se van volviendo más esporádicos a medida que seguimos camino y conforman una suerte de cámara de descompresión evitando que la vorágine metropolitana nos llegue de golpe.

*Algunas imágenes en picasa

4 comentarios sobre “Mercado de San Telmo

  1. Dios mío! Esto es literatura de la buena! Este comentario podía haberlo utilizado en mis clases cuando daba la descripción… ¡qué hermoso! He pensado en sepia junto contigo…¡gracias!
    AD.

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  2. Hermosa descripcion, me remonto al momento que conocí el mercado en donde el tiempo se detiene y todo se vuelve historia del pasado. Venezuela

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