Acabo de ver Sweeney Todd. Los musicales nunca me llamaron mucho la atención, en general me resultan demasiado melosos, pero éste es un poco diferente. Recordé La Tiendita del Horror, el único que me había gustado y que había visto hace mucho (el de Steve Martin).
Es curioso como uno se identifica con ése personaje sombrío que, tenga los motivos que tenga, es un morboso asesino.
La película no escatima en sangre (de hecho tiene demasiada) y por momentos se vuelve tragicómica, aunque es en esencia una tragedia.
Es reconfortante ver el momento en que a la señorita Lovett se le ocurre dejar de usar gatitos para los pasteles y empezar a utilizar personas (o londinenses, que a lo mejor no es lo mismo). Muy gracioso ese pasaje en que miran por la ventana junto con el señor Todd y discurren sobre las posibles víctimas, sus posibles sabores y valores nutricionales. Cuando Sweeney le señala un poeta ella retruca que sería un problema saber cuando un poeta está realmente muerto. Luego observan al abogado de la esquina, que también es descartado porque es una carne difícil de tragar. Y así siguen un rato.
Cuando la sociedad entre el aborrecimento de Todd hacia los habitantes de la metrópolis y la pastelería de Lovett comienza a funcionar sobre ruedas, uno realmente se pone contento, cosa que es preocupante.
No voy a contar mucho más porque no quiero quemarles los pochoclos. Tim Burton sabe explotar muy bien el lado ojeroso de Jhonny Deep y más allá de las críticas que reciba como director a mí me entretiene bastante.
Una nota al margen, cada vez que veía a Sweeney blandiendo las navajas no podía evitar que me viniera a la mente la imagen del Joven Manos de Tijera.
Gracia, morbo, calles oscuras, tabernas lúgubres y sangre, mucha sangre, justo como me gustan, aunque sea un musical.