Yo protesto contra esa cosa abstracta

Así es, yo protesto contra la sensación de inseguridad, he dicho. Aprovecho además la ocasión para convocar una marcha multitudinaria contra la percepción de injusticia y, en la misma, haremos acopio de firmas para que se declare inconstitucional la idea del hambre.
Si eso no es ser un ciudadano argentino políticamente comprometido, no sé qué pretenden de mí.

Sabrán disculpar tan aberrante exordio, es que ando un tanto irritable por estos días, estas gripes de verano que te hacen temblar y sudar la gota gorda son verdaderamente molestas y, para empeorarla uno tiene que andar por ahí socializando con la burrada de congéneres que le tocó en suerte. Así no se puede.
Como buen agnóstico declarado no hace falta que explique lo que me irrita escuchar a la gente protestar, venerar, o convocar entidades ideales según convenga al despliegue histriónico que se aduzca para caer en gracia al vecino.
Es que si queremos que las cosas cambien, las protestas tienen que ser con nombre y apellido, para eso hay responsables democráticamente elegidos. Y no hablo ya de simples protestas, porque cuando los nombres se acompañan de pruebas y el sistema legal funciona, las protestas se convierten en acusaciones irrefutables y entonces, quizás entonces, se logre un cambio de rumbo.
Los conciertos por la paz, por poner un ejemplo, siempre han demostrado ser un medio eficaz para la recolección de fondos (y un fabuloso cartel de promoción comercial), pero la paz nunca se dio por enterada del asunto ¿No sería mejor titularlos de otra forma? Por ejemplo «Concierto para que José Polvorón se deje de jorobar y no le tire más cohetes al de al lado». Bueno, es cierto, eso se parece a uno de esos grupos de facebook que, llegado el caso, tampoco sirven para nada. Pero ya se van haciendo a la idea.
No recuerdo bien en qué libro (probablemente uno de Nietzsche) había leído, simplificando a muy groso modo, que aludir a fuerzas superiores era la mejor manera de someter a los demás. Así, un pastor que se somete a la voluntad divina delante de su pueblo, adquiere a su vez una autoridad irrevocable. «No lo ordeno yo, que apenas soy un humilde servidor, se lo ordena vuestro dios».
Hay muchos ejemplos de lo útil que puede resultar aludir a entidades abstractas. Paz, justicia, Dios, Estado. Y estamos educados para venerarlas porque mientras cuarenta millones de pavotes se junten en una plaza a protestar contra la inseguridad, en vez de pedir que rajen a patadas al comisario Juan de los Palotes o que los ediles de turno se junten a forjar un plan concreto de país, en el que nadie piense siquiera en delinquir; mientras esto no suceda, pienso, tales movimientos seguirán siendo fútiles y banales. No sólo eso, sino que los lemas que adornen las pancartas de tales marchas alimentarán la parafernalia proselitista en las próximas elecciones y adornarán los volantes que ensartarán por los ojos a millones de incautos.
Algo parecido me sucede cuando escucho alguno de estos nuevos grupos de música centroamericanos, que con ritmos pegajosos (como el sudor de la axila al viento caliente de verano, para que no se interprete de manera poética) le cantan a la injusticia social, la desigualdad económica y la pobreza extrema. Vamos, no me joroben más, cada pueblo tiene el país que quiere, a mí no me mueven un pelo.
¿A quién se le hace daño cuando se dice que el mundo es injusto?¿Andará por ahí el señor mundo angustiado por tales declaraciones?
Totalmente desencantado, a riesgo de pasar por insensible, me he visto obligado a cerrarme ante tales manifestaciones conceptuales, sobre todo si salen de la boca de gente que no sabe pronunciar la letra erre (perdón, me salió el fundamentalista lingüístico de adentro).
Cerrando este discurso febril y sin sentido, he aquí mi propuesta: Leamos e informémonos más y dejemos de llenar el éter con tanto bullicio insustancial, que lo único que hace es caldear los ánimos.


2 comentarios sobre “Yo protesto contra esa cosa abstracta

  1. Creo que más que citar una frase de Nietzche, te citaste un libro 😛
    Y… sí, qué te puedo decir.
    ¡Tá bien! ¡Por fin escribiste algo! se extrañaba tu buen humor.

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